Se habia acumulado mucho daño,mucha pobreza,muchas injusticias, ya no podían más y las palabras tuvieron que pedir lo que debían. A fines de mil novecientos siete, se gestaba la huelga en San Lorenzo y al mismo tiempo todos escuchaban un grito que volaba en la desierto de una a otra oficina, como ráfagas, se oian las protestas del obrero de una a orta oficina, los señores, el rostro indiferente o el despreciar. ¿Qué les puede importar la rebeldía,de los desposeídos, de los parias? Ya pronto volverán arrepentidos, el hambre los traerá, cabeza gacha. ¿Qué hacer entonces, qué si nadie escucha? Hermano con hermano preguntaban. Es justo lo pedido y es tan poco, ¿tendremos que perder las esperanzas? Así, con el amor y el sufrimiento se fueron aunando voluntades, en un solo lugar comprenderían, había que bajar al puerto grande.